MARÍA JESÚS MINGOT |
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Sueños |
No te dejes. No permitas que tus pasos propaguen el veneno, vestido de venganza compungida.
Si supieras qué pleitesía rindes al cuchillo contemplando la herida tanto rato, extraviándote en ella cual aurora, donde aprender pudiste qué es lo bello.
Ahórrale a la tierra cualquier daño vertido por despecho. Ya tiene suficiente con aquellos que anticipan la muerte: los hijos naturales de fusiles empuñados en orden obsecuente, la camada común de la pobreza, los dolores de Juicio sin testigos, los sueños de pateras rodeadas de agua de cuantos desconocen cómo se siente un hombre cuando llega a su casa cada día. |
Los males de los que fuiste objeto quémalos, y esparce las cenizas, de modo que tu herida sea nube, no el espejo de un cielo condenado al reproche al que no das descanso -piénsalo-, con tu antorcha encendida alumbrando perfidias rebosantes de pus.
Aparta de tu vista los oscuros pesares que duelen a destiempo. Ya no les perteneces. Aun si fuera mentira que amanece de nuevo, hay sueños que sostienen la belleza del mundo.
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